Amanecía otro día más en Inglaterra. John
Brown se despertaba con un grito del encargado del orfanato diciendo que ya era
hora de ir a trabajar. John bajo de su litera de hierro, se puso su camisa
agujereada, su chaleco roto y su boina desgastada y se juntó con sus compañeros
para ir a la fábrica.
Èl era el encargado de limpiar chimeneas,
porque era el más pequeño: apenas tenia 10 años. Pero ese día màs que nunca
aunque, como siempre, no había desayunado ni cenado la noche anterior tenía
mucha hambre. En los cinco minutos que tenìa de descanso, les pidió a sus
compañeros que distrajeran a los encargados de la fàbrica para que èl pudiera
salir. Mientras uno de sus compañeros se hacìa el desmayado, y otro llamaba a
los de seguridad, logrò escapar sin que se dieran cuenta, pero debería estar de
regreso antes de que volvieran al orfanato.
Ya en las calles, John caminaba por el
empedrado buscando un lugar que vendiera comida. Encontró una panadería y entrò
solo pensando en comer, pero luego se dio cuenta de que no tenìa dinero. Su estòmago
le ganò al cerebro y, sin pensar, salió corriendo con la bolsa de pan. Cuando
había corrido veinte metros, se dio vuelta para ver si lo perseguían, y chocò
con un hombre alto, vestido de traje y con una corbata negra. El panadero
atrapo al huérfano y, cuando le iba a quitar el pan, el hombre de traje pagò por
el niño.
-Hola,
mi nombre es Andrew White -dijo el hombre de corbata-Soy dueño de un
restaurante.
- Yo soy John Brown, perdón el pan, pero me
escapè de mi trabajo para comer algo, ya que en el orfanato no me dan de comer-
respondió John
-¿Y todo lo que vas a comer es pan? Ven conmigo
a mi restaurante, que vas a comer bien- propuso Andrew.
Ese día John almorzó como nunca: comió
pastas, carne, verduras y postre. Tal era la alegría. Cuando vio el reloj de
pie del lugar, se dio cuenta que ya era hora de regresar. Saludó a Andrew y
regresò a la fábrica, y de ahí al orfanato con sus compañeros.
A la hora de la cena, John no tenìa hambre
por primera vez, en su vida, y le dio su pequeña ración a un amigo. Los
cocineros lo vieron y lo castigaron con golpes y sin comida por media semana.
Al otro día John volvió a escaparse del
trabajo para ir a comer a lo de Andrew. Repitiò lo mismo por una semana. El
hombre se encariñò con el pequeño y decidiò adoptarlo para que no fuera maltratado
ni obligado a trabajar nunca más. A John le fascino la idea y rompió en llanto.
Juntos fueron directamente al orfanato para
hacer los trámites, pero al llegar castigaron a John por haberse escapado y le
dijeron a Andrew que no podía adoptarlo, ya que el orfanato recibía mucho
dinero por el trabajo del niño: era el único que podía entrar en las chimeneas
para limpiarlas e invitaron al hombre a irse del lugar.
Ese día los sueños de John fueron aplastados
en un minuto, pero no iban a darse por vencidos. Andrew investigò los datos de
cuànto recibìa por mes el orfanato por el trabajo del niño y decidió trabajar día
y noche para pagarle al orfanato màs de lo que podia conseguir con el trabajo
de John.
El niño estaba pasando un mal momento, lo
hacían trabajar el doble y encima no podía escaparse para ir a comer, ya que
estaba muy vigilado. Andrew trabajò en el restaurante de día y de noche: Barría
las calles de la ciudad, todo para conseguir más rápido el dinero y poder
adoptarlo.
A la semana, John creía que Andrew lo había
abandonado y ni se había esforzado en adoptarlo. Pero él no sabía que Andrew ni
siquiera compraba ropa, todo el dinero que conseguía lo ahorraba para
adoptarlo.
Luego de tres meses, Andrew ya había
conseguido mucho dinero y estaba dispuesto a adoptarlo. Cuando llegò al lugar, vio
a John muy lastimado y enfermo. Al mostrar le el dinero al encargado del orfanato, este pensó que era el
triple de lo que podría conseguir con el trabajo de John por cinco años. Entonces
lo aceptò.
Ese fue el día mas feliz de la vida de John,
ya no lo importaba estar lastimado ni enfermo. Lo único que importaba era que
había conseguido un padre que lo quería y lo cuidaba.
Bien, Santi. Buen trabajo.
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